Chajalele es un arcaico juguete chapín que hace zumzum conforme se estira y encoje. Chajalele es también un chiste que fue parte de nuestra tradición oral, calculo, desde los noventa hasta bien entrados los dosmiles. De seguro aún hay personas contando el chiste de “La muerte o el Chajalele”, pero su difusión ha ido en declive. En parte porque el chiste es racista y en parte porque ya casi todos se lo saben.

La versión que circuló en mi colegio, a finales del milenio, era acerca de dos exploradores capturados por una tribu en una jungla africana, a quienes el jefe tribal les ofrece elegir, de entre dos opciones, el castigo que recibirán por haber invadido su territorio — la adaptación del comediante “Velorio”, en cambio, trata de un ladrón capturado por una turba de cincuenta “inditos” en Santa Lucía Cotzumalguapa —. “¿La muerte o el Chajalele?”, pregunta el jefe al explorador 1, quien, ignorando en qué consistía pero asumiendo que nada puede ser peor que la muerte, selecciona el Chajalele. Entonces el jefe hace llamar a un varón de la tribu — en el chiste probablemente tenía uno de esos estereotípicos nombres “africanos” racistas como “Saka Saka” o “Black Pitaya” — que aparece exhibiendo un descomunal pene. “Darle Chajalele”, le ordena el jefe tribal y a continuación el propietario del descomunal pene procede a penetrar analmente al convicto. Horrorizado, el explorador 2 grita “¡Pido la muerte!”, a lo que el jefe accede, y de inmediato ordena a Saka Saka “Darle muerte… a puro Chajalele”.

Sé que lo que voy a pedirles es difícil, pero quisiera que por un momento obviemos la hipersexualización de los cuerpos negros, la victimización de los colonizadores y el pánico homosexual presentes en el chiste y nos centremos en que retrata a un mandatario sin ningún respeto por el Estado de derecho. Este hombre es a todas luces un tirano y sospecho que también un sádico. Hay muchos de esos en Guatemala: tipejos con poder político y económico que esconden sus voluntades anti-democráticas entre recovecos del lenguaje. También hay medios, opinadores profesionales y analistas políticos que les hacen los favores, ya sea porque sus intereses coinciden con los de los tipejos anti-democráticos o porque sonar inteligentes y moderados es para ellos más importante que delatar al poder o explicar cuando una cosa es en realidad otra cosa.

“Uno podrá estar en desacuerdo con los métodos del jefe de la tribu, y nosotros lo hemos estado, en múltiples ocasiones en su justa medida”, dirían estos profesionales en opinar. “Lo cierto es que el dignatario cumplió con la petición del procesado, quien solicitó morir. El que esto se haya suministrado a través de la aplicación de… permítanme confirmar el dato, ochenta y tres Chajaleles, y qué tanto esto contraviene la elección inicial del condenado, de no querer Chajalele, es un debate que pertenece, en mi opinión, más a la dimensión de lo epistemológico.

Si además consideramos que está comprobado a través de estudios de rigor que la pena de muerte por la vía del Chajalele es la más económica, puesto que no requiere más gasto público que los honorarios del caballero Saka Saka, estamos ante una decisión ejemplar en el marco de lo jurídico”.

En Chajalele (el podcast) no hacemos eso. No nos interesa sonar inteligentes ni mucho menos defender al poder. Nos interesa utilizar el humor para ironizar, no sobre las malas personas, sino sobre las malas ideas. Nos interesa explicar el eterno estira y encoje (como el juguete Chajalele) de Guatemala. Nos interesa usar palabras simples para que la gente pueda distinguir cuando algo es muerte y cuando es ni más ni menos que ochenta y tres chajaleles.

— Danilo Lara, “Canchinflín Hero”.